2 de septiembre de 2013

Capítulo 4 de Abnegados

Tal como prometí, hoy dejó el Capítulo 4 de Abnegados, el cual creo que quedó un poquitín más largo que siempre. Ah, y si lo lees, ¡comenta! ¡Comenta, comenta, comenta! :D


Capítulo 4

Decir que el comienzo del viaje fue la locura en persona es quedarse bastante corto. Entre los chillidos de entusiasmo de algunas chicas (algo totalmente exagerado, en mi opinión) y los traqueteos que hacía el tren (los cuales te empujaban de un lado a otro. Un chico pelirrojo llegó a caerse de su asiento. Nadie dejó de reír hasta que el tren dobló hacia la izquierda y otras chicas se vieron empujadas, cayendo sobre otros asientos), parecía un loquero. Y ni hablar de la cara de Ian: la falta de humor y alegría más intensa que jamás se haya visto.
Cuando apenas había pasado una hora, Ian se sumergió en un profundo sueño, con ronquidos y todo incluido. Y yo me aburrí al instante.
Intentando no darle una patada, bajé las piernas de su asiento y me paré con un molesto dolor de cuello. El tren por fin parecía bastante controlado: los gritos se habían apagado y varios no hacían otras cosas que escuchar música o hablar en un tono de voz más normal. Otros habían optado por echarse una siesta.
Era extraño pasearse por ese bamboleante tren. Y no, lo extraño no era el bamboleo, sino el ambiente que tenía. El alma de abnegado es algo con lo que naces, ¿cierto? Bueno, en cierto modo, todos los abnegados nacieron de una alma madre, por así decir. No es que seamos todos hermanitos, porque si no entonces estaría un poco asqueada al pensar en la cantidad de parejas abnegadas que conocía, pero el hecho era que había varias conexiones entre nosotros. Una de ellas era la marca de nacimiento abnegada, un patético círculo detrás de la oreja. ¿Acaso no podía ser una increíble figura complicada, un pajarito o, no sé, algo más interesante? No, tenía que ser un círculo.
En fin, otra de las conexiones entre nosotros se puede detectar simplemente al ver los ojos de cualquiera en ese tren. Si agudizas la mirada, llegarás a ver la segunda “marca”, otro genial círculo. Este es plateado y brilla de vez en cuando (hay una teoría sobre eso, pero nunca la supe). Y, al tener esas dos marcas, se podía ver en el aire unos hilitos casi invisibles que nos unían a todos. Más bien se sentían: aunque no los tocases, eran palpables en el aire.
En el tren había tantos que me costaba mucho distinguir de dónde provenía cada uno. Sin embargo, no había tantos como abnegados de dieciséis años que deberían estar dirigiéndose al Instituto para su primer año de formación. Si eras de una familia sumamente importante y tenías bastantes recursos, el Instituto te concedía un año de “pre-preparación”. Absurdo, ¿no? Por lo tanto, iba a estar otro nivel más abajo que otros, iba a saber menos que los otros y seguramente me las arreglaría para hacer el ridículo de mil maneras posibles. ¡Genial!
Entre tantos pensamientos, choqué a un chico pelirrojo, con millones de pecas en la cara y unos ojos azules pequeños.
-¡Ey, mira por dónde caminas!-masculló. Parecía que se había contagiado del mal humor de Ian.
-Lo siento. Tú también podrías mirar, ¿sabes?
Me lanzó una mirada furiosa. Y con eso terminó nuestro gran encuentro. Aunque logró dejarme una fea mueca en la cara. Maldito pelirrojo con pecas.
Cuando volví a mi asiento, Ian seguía dormido, seguramente soñando con quién sabe qué. Estaba demasiado aburrida, así que llegué a la inteligente conclusión de despertarlo, sabiendo que sufría el riesgo de encontrarme con un oso gruñón.
Bueno, se podría decir que soy adivina.
-¡Suelta, Megary!-dijo entre dientes.- ¿Qué hora es? ¿Ya llegamos?
-No lo sé y no.
Recibí una mirada llena de odio.
-¿Y se puede saber por qué rayos me despertaste?
-Emm… ¿necesito socializar con alguien que no sea un malhumorado pelirrojo?
Ian mostró toda la confusión del mundo.
-¿Qué?
-Olvídalo.
Ian se revolvió en el incómodo asiento. Llevaba el cabello todo alborotado y los ojos cansados. Varias veces lo había visto así; no dormía muy bien por las noches. Y tenía ciertos motivos: pesadillas de la muerte de su hermanita menor y mi prima, Apple, lo acosaban cuando dejaba cerrar los párpados. Ella tenía cuatro años, él y yo, nueve. Fue un día espantoso para nuestra familia. Apple había logrado escaparse de la casa, nadie sabe cómo, por la ventana.
La buscamos por todos lados, horas y horas. Entrada la noche, Ian y André volvieron con gruesas lágrimas en los ojos. Ian no podía controlarse, creo que ver esa imagen suya me partió el corazón en mil pedazos.
Apple había sido asesinada a cuchillazos.
Saqué la espantosa imagen de mi cabeza tan rápido como pude. Al pestañear y encontrarme con el pelirrojo mirándome como si estuviese esperando algo, comprendí que me había perdido de algo.
-¿Tienes?-inquirió alzando una ceja. ¿Si tenía qué?
-¿Eh?-solté.
-Unas canicas.-respondió, como si fuese algo obvio.
Okay, estaba totalmente perdida.
-¿Para qué quieres canicas? Estamos en un tren en movimiento…-repliqué. Además que sería un poco raro llevar canicas para un viaje de tres horas.- No creo que consigas unas.
Ian se rió a espaldas del pelirrojo.
-Una chica tiene problemas con la cabeza por las conexiones y no sé qué. Necesitan canicas o algo de vidrio o cristal esférico para opacar los efectos.-me explicó. Canicas para opacar dolores de cabezas… Nunca lo había escuchado.- Por cierto, él es ¿Jordan?
-Ethan.-lo corrigió el pelirrojo.- ¿Tienes o no una canica?
Bueno, podrías pedírmelo mejor, ¿no, Ethan? Malhumorado y además maleducado. Ese tren parecía ser un infierno, tanto por la compañía como por el calor.
-No tengo nada. Puedo acompañarte y ver si puedo hacer algo para ayudar…
-No.-masculló con ferocidad.- Solo serás otro estorbo que añadir a la larga lista de chicas estorbando en el asiento de… esto, ¿cómo era su nombre? Algo con Pat.
Tan delicado.
-Ey, no es necesario hablarle así.-salió a la defensa Ian.- Cuida un poco tu lengüita, creo que está un poco fuera de control.
-¿Con que fuera de control, dices?
Me deslicé fuera del asiento cuando Ethan se dio vuelta para enfrentarse a Ian. Si llegaba a haber una pelea, dudaba mucho que ese pelirrojo pudiera con mi primo, quien había asistido a clases de taekwondo durante ocho años.
Fui rebotando de pared a pared del tren durante el largo recorrido hacia el asiento de la tal Pat. Ethan tenía razón: un millón de chicas se precipitaban sobre una que parecía mucho más pequeña. Su cabello rubio estaba bastante corto, por encima de los hombros, y llevaba un flequillo bien peinado. Los párpados le temblaban y se sujetaba la frente sudorosa con una mano pálida.
¿Es que esas muchachas no se daban cuenta? ¡Eran ellas las que causaban el dolor de cabeza! Por favor, solo pido un poco de cerebro.
-A ver, abran paso.
Empujé a varias chicas, pero estas estaban firmes como postes clavados sobre el piso.
-¡Qué se muevan!-dije un poco más alto. Varias retrocedieron asustadas. Ups.- Abran las ventanas y déjenle espacio, la pobre no puede respirar porque todas están bloqueándole el aire. Y… ¿a ninguna se les ocurrió que todas esas conexiones que están pasando precisamente sobre su cabeza en este momento son de ustedes? Si no me equivoco, esas conexiones provocan su dolor de cabeza así que…
Silencio de chicas intimidadas y que acaban de reconocer lo tontas que son.
-¡Muévanse!
El grupo por fin se abrió y se desparramó a lo largo del pasillo. Pat o como se llamara suspiró aliviada. Sus mejillas comenzaban a recobrar color y los ojos se mantuvieron abiertos, mirándome.
-Gracias. Creía que no llegaría nadie para hacerlas entrar en razón.
-No hay problema. Todos están un poco alterados, ¿no crees?
Sonrió y se apartó el cabello de la cara. Tenía facciones delicadísimas, casi parecía una chica frágil. Y, hablando de fragilidad, una nueva y fuerte sacudida del tren nos tiró a casi todos al piso. Mascullé una incoherencia; me había golpeado contra el borde de un asiento en la cabeza.
Sonó una campana agudísima.
-Bienvenidos al Instituto de Preparación para Abnegados. Por favor, bajen por las puertas izquierdas. No se separen del grupo. Les recordamos que está totalmente prohibido ingresar al edificio con chocolate, armas o artefactos humanos. Quien sea sorprendido con cualquiera de los elementos antes mencionados, será  gravemente sancionado.
»Esperamos que disfruten de su estadía en el Instituto.
Se escuchó otra vez un pitido y el tren comenzó a vaciarse en cuestión de segundos. Pat, la rubia de aspecto delicado, había desaparecido de mi lado. Me apresuré a levantarme del suelo del tren (todo lleno de polvo) y me sacudí los pantalones negros. Como ya no quedaba nadie, no tuve apuro en deslizarme por una de las puertas del tren.
Y me quedé con la boca abierta, bien coma una tonta, mirando el imponente edificio que se alzaba frente a mí. Antiguo, enorme y… guau. Era de piedra gris, con una enredadera trepando hasta atrapar algunas de las ventanas del primer piso. Estas tenían verjas de color negro, con diseños complicados. A cada lado del edificio, se alzaban dos altas torres, con tejados donde varias aves se posaban con elegancia.
El tren estaba a unos veinte metros del  Instituto; el grupo en el que yo debería estar se encontraba cruzando sus puertas, cada uno con sus respectivos bolsos. Genial, no había pisado el lugar y ya había roto una de las reglas: no separarse del grupo.
-¿Te ayudo, Sia?-dijo una voz gruesa a mi espalda. Di un saltito, sorprendida, y luego me giré para encontrarme con un muchacho confundido. Sus rizos rubios le caían elegantemente sobre sus ojos azules, de pestañas largas.- Ah, perdona. Creí que eras…
Alcé las cejas.
-¿Sia?
-Olvídalo. Soy un estúpido que debería estar en otro lugar haciendo otra cosa.-dijo con un resoplido.- Aunque puedo ayudarte, si quieres. ¿Tú no eres de las nuevas? El grupo ya se fue.
-Ya lo sé, no hace falta que me lo recuerdes.-respondí malhumorada.
El chico hizo una mueca y al instante intenté controlarme un poco más.
-Lo siento, ha sido una tortura el viaje. Gracias, igualmente.-respondí con lo que se suponía que debía ser una sonrisa amistosa.
Nos quedamos los dos allí, sin saber qué hacer. Bueno… en realidad era yo la que no sabía qué hacer. ¿Dónde estaba el vagón del equipaje? ¿Tenía que ir a buscar mi baúl o ya se lo habían llevado?
El chico señaló hacia atrás con la cabeza.
-Hay algunos profesores que están terminando de llevar los bolsos de alumnos despistados. No sé quién podía olvidar sus cosas, más en su primer año…
Que gracioso.
-…pero siempre hay alguien.-finalizó con una sonrisa. Sin decir absolutamente nada, comenzó a caminar hacia el edificio con las manos en los bolsillos. Tuve que apresurarme para alcanzarlo.-Soy Trace Webber, ¿tú eres…?
-Megary Chassier.
Sus ojos se iluminaron con una pizca de reconocimiento.
-¿Hija de Jason Webber? Mis tíos trabajaban con él.
¿Se suponía que tenía que sonarme su nombre?
Cuando quise darme cuenta, ya nos encontrábamos frente a la gigante puerta de madera. No sabía si tenía que tocar o qué, ya que la puerta estaba firmemente cerrada. Dejé que Trace introdujera, curiosamente, su dedo en la cerradura.
-¿Qué…?-comencé, pero Trace me ignoró mientras, luego de haber escuchado un clic, sacaba el dedo y se limpiaba la sangre que manaba de un diminuto pinchazo.
La puerta comenzó a abrirse con un crujido. ¿Él…? ¿Había…? Sonrió con suficiencia y me dejó pasar, pisando lo que parecía una obra de arte. El suelo, de mármol gris, cubría un larguísimo pasillo, donde había miles de puertas. Mi grupo, el que me había abandonado en el tren, obstaculizaba mi vista para ver más allá, pero todo era impresionante. Las paredes estaban cubiertas de fotografías, algo inusual (estaban prohibidas en nuestro lado del mundo), todas de estudiantes de años anteriores. También había pinturas increíbles decorando el entorno.
Parecía un castillo, sí. Daba miedo y a la vez era de un cuento de hadas.
Mientras había estado observando todo, Trace había desaparecido de mi lado. Todos con quienes me había cruzado hoy, habían desaparecido como arte de magia. Fríos y arrogantes, como los había descripto mi prima, y además misteriosos.
Busqué a Ian con la mirada. No fue difícil, se encontraba contemplando con el ceño fruncido una de las pinturas. Me acerqué por detrás de él sin hacer ruido.
Dio un saltito cuando hablé junto a su oído.
-Gracias por esperarme.
Se recompuso con rapidez y me miró divertido.
-De nada, primita.
-¿Sabes lo que significa la ironía, verdad?
Lanzó una suave risa y me tomó del brazo para sumergirnos en el mar de gente. Estaba a punto de quejarme de todos los pisotones que estaba recibiendo (tanto en los pies como en otros lugares bastante inusuales para ser pisotones), cuando me di cuenta, razoné y casi grité. ¡Estaba en el Instituto! Daría la prueba  de admisión, aprendería a luchar y sería ¿alguien distinto?

Aunque, ¿yo que iba a saber? Este camino recién comenzaba.

Gracias al que se haya tomado el tiempo de leer♥

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